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Elette – quedándose a pocos centímetros de su
rostro - ¿Te encuentras bien? Desde que salimos del orfanato estas muy callada
– parándose enfrente de ella -
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Mmm? Si claro! – fingiendo un sonrisa – No te
preocupes, estoy bien – rodeando su cuello con sus delgados brazos para besar
su mejilla –
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¿A dónde iremos ahora? – retomando su paso mientras
observaba felizmente como en frente de la calle unos niños jugaban a la pelota
–
-
¿Qué te gustaría hacer? – entrelazando sus
dedos que tiritaban por el frío para buscar algo de calor en aquellas manos
conocidas –
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No lo sé – con un claro tono de tristeza – No
se me ocurre nada – jugando con el vapor que salía de sus labios –
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Ash…- mirando los escaparates que aparecían a
su lado - A mi tampoco se me ocurre nada
– fijando su vista en una pequeña planta que florecía entre las losetas del
suelo - ¡¡Eso es!!
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¿Qué pasa? – tapando su boca algo impresionada
–
-
¡¡Vamos!! Sé a dónde ir – echando a correr
tomadas de la mano -
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¡¡Elette espera!! ¡¡Elette ~!! – se quejaba
más atrás de ella haciendo pucheros y pequeños berrinches por el aceleramiento
apresurado de su caminar –
Sus botas de plástico se manchaban de tierra mientras sus pies no
paraban de correr por las baldosas mojadas de la calle esquivando a las
personas que concurrían la calle principal. Elette sabía bien a donde ir, hacía
muchos años que no visitaban aquel lugar juntas. Habían pasado 6 inviernos
cuando se encontraron por primera vez. En aquella estación tan fría su madre
soltera las había llevado a ella y a su hermana menor a visitar unas montañas
cercanas para que pudieran disfrutar de la nieve blanca que adornaba sus
grandes laderas. Esa mañana se habían levantando muy temprano, mientras su
madre preparaba rica comida ella ponía su abrigo de plumas a su hermanita y
cubría su cuello con una linda bufanda rosa, el color preferido de la
menor. A solo sus 11 años de edad,
Elette ya era una niña muy activa, tomando entre sus pequeños brazos a su
hermana bajaba hasta la cocina donde su madre le ofrecía chocolate caliente
para matar aquel frio matutino
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A la de tres: una, dos, ¡tres! – destapaba los
pequeños ojos negros de su hija que se volvían iluminados al ver aquella
escharcha blanquecina bajo sus botas de agua –
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¡¡Nieve!! ¡¡Nieve, nieve!! – rodaba feliz por
el suelo mientras su hermana pequeña gateaba hasta su lado - ¡¡Nerea
mira!! ¡¡Es nieve!!
Aunque quizás su mente no quería remover recuerdos pasados, la
mente de Ari también guardaba en algún lugar aquel encuentro. Su madre la
despertó aquel diciembre con un beso en su frente, las vacaciones de navidades
habían llegado tan rápidas para la pequeña, desde hacía meses que contaba los
días en un pequeño almanaque de ositos que tenía en su mesita de noche, a pesar
de ser una preadolescente su mente aun era algo infantil y esperaba con emoción
aquel día de nochebuena. Jamás había conocido la nieve, siempre enfermaba
cuando el frio llegaba a aquel barrio, encerrada en su habitación solo podía
observar los copos caer en el jardín verde de su casa. Si verde, aun la vida
reinaba aquel lugar, aun podía llamarse a aquel sitio “hogar”
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¡! Papi, papi, papi!! – dabas saltitos feliz
en la cama de matrimonio de sus padres - ¡¡Papi hoy es el día!! ¡¡Es hoy, es hoy!! – chillaba
-
-
¿El día? ¿Qué día? – le tiraba cojines
mientras rodaba hacia el otro lado de la cama intentando dormir –
-
Papi…- cayendo de rodillas entre las sábanas -
¿No sabes qué día es hoy? – comenzaba a avecinarse el llanto –
-
Será que es el día…¡¡En el que el lobo se
comió a caperucita!! – saltando de la cama –
-
Ahhhhhhh!! Lobo!! Ahhhhh!! Mami, mami, papi es
el lobo!!! – corría sin parar de reír por toda la casa – ¡¡Mami el lobo malo me
quiere comer!! – escondiéndose detrás de los pies de su madre - ¡¡Lobo malo,
lobo malo!!
Ari iba con su carita pegada al cristal del auto mientras su
sonrisa crecía aun más a medida que asomaban aquellas montañas por el
horizonte. Escondida en su chaqueta roja traía un pequeño bote para guardar un
poco de nieve en su interior y así poder colocarla debajo del árbol de navidad
para que Papá Noel se lo llevara esa noche como regalo. Sus pies se enterraron
en aquel hielo blando en el que se hundía por su propio peso, los árboles
lucían aquel manto blanquecino con esplendor mientras las flores se escondían
debajo de él para florecer en la siguiente estación; los pájaros cantaban por
encima de su cabeza cruzando el cielo de un lado a otro, sin duda aquel día
sería el más feliz de su vida
Su pantalón se humedecía a cada segundo. Allí sentaba se había
olvidado de todo, sus papás paseaban tomados de la mano así que ella hecho a
correr por todos lados tomando trozos de escarcha brillantes para adornar su
bote, sin darse cuenta se había alejado de la mirada de los mayores, sus ojos
juguetones recorrían aquel lugar extraño, solo veía blanco y más blanco
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¿Mami? ¿Papi? – caminaba con dificultad por la
nieve - ¡¡Mami, Papi!! ¿¡Dónde estáis?! ¡¡Mami ~!! – helada por el frío se
refugia debajo de un árbol centenario que la cubre con su gran copa - ¡¡Papi
~!! – secando con la manga de su chaqueta las lágrimas que mojaban su rostro –
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¿Por qué lloras? – decía una niña un poco
mayor que ella sentándose a su lado – ¿Estas triste?
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Me he perdido y no encuentro a mis papis –
castañeaban sus dientes – Quiero irme a mi casa
-
¡¡Pero es navidad!! Juguemos un rato con la
nieve luego buscaremos a tus papis ¿si?
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¡¡No quiero!! ¡¡Quiero a mis papis!! –
estampaba pequeños trozos de nieve en su cara –
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¡¡Eres tonta!! ¡¡Solo quería ayudarte!! –
haciendo una bolita entre sus manos - ¡¡Tonta!!
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¡¡Boba!! – tirando de su bufanda azulada –
-
¡¡Tonta!! – rompiendo el bote de cristal que
sostenía la pequeña en sus manos congeladas -
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¡¡Boba!! – chillaba entre lágrimas - ¡¡Eres
una estúpida, rompiste mi regalo!!
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¡¡Ariadna!! – se acercaba una voz varonil
hasta las dos niñas - ¡¡Ven aquí ahora mismo!! – su enojo se captaba desde tan
lejos que se encontraba ella –
-
¡¡Papi ~!! – corría veloz la pequeña hasta los
brazos de su padre -
Algunas cosas que empiezan mal pueden tener un final feliz. A
pesar de que la guerra de bolitas de nieve las había hecho enemigas por un
momento con el paso del tiempo, cuando se reencontrasen de nuevo los juegos de
niñas pequeñas quedarían en el pasado y se forjaría una linda amistad como la
que mantenían ahora. Aunque Elette reconocía que había sido algo brusca con su
pequeña amiga en el pasado, agradecía aquel incidente y daba gracias todos los
días por permitirle estar a su lado cuidándola cuando nadie más lo hacía, secando
sus lágrimas cuando los niños se metían con ella o riendo cuando patinaban
juntas y una de las dos acababa tirada en el suelo de la pista
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